LA APOLOGIA DE SOCRATES
Sócrates, pese a ser un hombre leal a su patria y de profundas
convicciones religiosas, según la imagen que de este presenta Platón en la
“Apología”, donde incluso se resalta su valentía en diferentes campañas
militares, es víctima de la desconfianza y odio por parte de muchos de sus
contemporáneos quienes, siendo ya un anciano, lo llevan a comparecer a los
tribunales atenienses
Las acusaciones que recaen sobre Sócrates, él mismo las divide en dos
tipos, según el tiempo en que se desarrollaron: las acusaciones del presente,
por las que propiamente ha sido llevado
a juicio y unas acusaciones que vienen desde el pasado
Los acusadores más antiguos de Sócrates afirman que: “Sócrates es un
impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y
en la tierra, convierte en buena una mala causa y enseña a sus alumnos sus
doctrinas”[1]
Sócrates, según esta acusación, apárese como un sofista. Tal vez,
según el mismo lo señala, por la
caricaturización de que es objeto por parte de Aristófanes en “Las nubes” donde
se le representa como el dueño de una “tienda de ideas” en la que se le enseña
a los jóvenes a hacer que la razón peor
aparezca como la razón mejor
Los segundos acusadores de Sócrates, encabezados por Anito y Melito,
sostienen que: “Sócrates es culpable porque corrompe a los jóvenes, por que no
cree en los dioses del Estado, y por que en lugar de estos pone divinidades
nuevas bajo el nombre de demonios”[2]
Seguro de que las malas acciones se deben exclusivamente a la
ignorancia, que nadie desea el mal, que
la virtud es conocimiento y que, en
consecuencia, aquellos que conocen el bien actúan siempre justamente, Sócrates
le da a su defensa la forma de una
valiente reivindicación de su vida,
marcada por una tranquilidad y confianza de haber hecho y estar haciendo
lo correcto propias de lo que Nietzsche llama: optimismo teórico
La ilusión metafísica, que para Nietzsche representa la creencia
de que siguiendo el hilo de la
causalidad, el pensar llega hasta los abismos más profundos del ser, y que el pensar es capaz no solo de reconocer, sino incluso de
corregir el ser”,[3] se hace presente en
Sócrates por primera vez, manifestándose no solo en la manera como este vive
sino en como asume la muerte, es por esto, dice Nietzsche, que: “la imagen de
Sócrates moribundo como hombre a quien el saber y los argumentos han liberado
del miedo a la muerte, es el escudo de armas que, colocado sobre la puerta de
entrada a la ciencia, recuérdale a todo el mundo el destino de esta, a saber,
el de hacer aparecer inteligible y, por tanto, justificada, la existencia”[4]
Las acusaciones más antiguas, Sócrates se las atribuye al odio que
hacia él surge entre muchos de los hombres que, contemporáneos a él, se
consideraban como sabios en una u otra profesión, cuando este, luego de
enterarse de la respuesta dada por el oráculo de Delfos a Querefon, que lo
situaba como el más sabio de los hombres, se dedica a buscar, entre los
compatriotas primero y luego entre los extranjeros, alguien que lo superara en
sabiduría, descubre que todos los que pasaban por sabios en realidad no lo
eran, cosa que hirió un buen número de amores propios y le acarreó muchos enemigos entre aquellos a
quienes había demostrado su falta de sabiduría.
Entre
estos, cuya falsa sabiduría es descubierta por Sócrates, se encuentran los
poetas trágicos y ditirambicos, los cuales, según el filósofo, en sus
poemas no colaboran para nada en la
instrucción del pueblo ni presentan discursos verdaderos y, además, por no
guiarse por la lógica, dejan demasiados cabos sueltos lo que es manifestación
de algo irracional en la tragedia. Nietzsche
señala que Euripides, a partir de estas objeciones y de la consigna de que todo
tiene que ser inteligible para ser
bello, propia del socratismo estético, rectifica en sus tragedias el lenguaje, el carácter de los personajes,
la estructura dramaturgica y la música coral para que todo pueda ser explicado
y tenga fines educativos. De esta manera, en la lucha de Euripides contra la
verdadera obra de arte trágica de
Esquilo y de Sofocles, que se inicia con su pretensión de reconstruir la
tragedia a partir de una consideración no-dionisiaca del mundo, es como se
descubre para Nietzsche la nueva antítesis entre lo dionisiaco y el socratismo.
Sócrates argumenta, finalmente, frente a estas primeras
acusaciones que al dedicarse a sus
indagaciones lo único que estaba haciendo era obedecer a un dios y que a causa
de esta obediencia no le quedaba tiempo para dedicarse al servicio de la
república[5]
como algunos le reclamaban debía hacer y
que si algunos jóvenes se le unen no se le puede acusar a él de estarlos
alejando de los principios de la democracia
pues, además de no estar impartiendo ninguna doctrina todos aquellos que se le unen lo hacen por
iniciativa propia sin que él haga nada por buscarlos
Frente a la segunda acusación, el filósofo responde por
partes: en primer lugar, argumenta que
él, no corrompe a los jóvenes o lo hace
inconscientemente (lo cual, según la ley griega, lo exoneraría de los cargos)
pues, partiendo de la premisa de que nadie desea el mal para sí mismo, esto
sería absurdo ya que al corromper a los jóvenes, Sócrates terminaría rodeado de
malas personas lo que repercutiría en su propio mal.
Respecto
a su supuesto menosprecio de los dioses del Estado e implantación de unos
nuevos bajo el nombre de demonios,
argumenta que, el simple hecho de reconocer a los demonios, hijos de
dioses o dioses, implicaría necesariamente que está reconociendo a los demás
dioses del Estado, con lo que tal
acusación se queda sin piso.
Finalmente, cuando Sócrates es condenado a muerte por una
pequeña ventaja en las votaciones, luego de señalar que pese a considerarse
digno de un bien por sus acciones y no de una condena, para cumplir con la ley
que le da la oportunidad de escoger otro castigo (el destierro o una multa)
ironizando sobre la pequeña estima en que tienen a un hombre dotado de una misión
filosófica, propone pagar una pequeña multa proporcional a tal estima, lo cual
enfada a los jurados que le condenan definitivamente a muerte. Sócrates termina
su discurso resaltando lo dañino que tal condena será para el Estado, no solo
frente a otras ciudades sino también a su interior y mostrando como esa
condena, para él, puede ser un gran bien pues, según dice, la muerte es o un
absoluto abandonamiento y privación de todo sentimiento o un tránsito a otro
lugar, donde se encuentran todos los que antes han muerto; en ambos casos,
Sócrates afirma, seria beneficioso para
él morir y respalda su creencia en la no
intervención de su demonio familiar, quien le hubiera advertido en caso de que
con su actitud en el juicio no fuera a realizar ningún bien.
[1] Platón. Apología de Sócrates. Página: 8. Ediciones
Universales
[2] Ibid. Página: 12
[3] F. Nietzsche. El nacimiento de la tragedia. Página: 127.
Alianza editorial
[4] Ibid. Página. 127-128
[5] Pese a que Sócrates era obediente con las leyes de la
ciudad, tendía a evitar la política,
pues consideraba la respuesta del oraculo de Delfos como una advertensia
y un mandato para que se dedicara a ejercer la Filosofía, siendo mas útil,
según él, para el Estado dedicandose a la enseñanza y persuadiendo a los ciudadanos para que
hicieran examen de conciencia y se dedicaran a su alma
Por: Jesús Alejandro Villa Giraldo
Medellín, 2012