diciembre 06, 2011

Las políticas de la identidad en la crisis contemporánea del estado-nación

Todo proceso histórico, político o social parece encontrarse hoy enmarcado necesariamente por el devenir de una doble tendencia: globalización y localización, que en conjunto configuran el rostro del mundo contemporáneo. La crisis del Estado-nacion, entendida como un proceso histórico político y social, encuentra en la tendencia globalización-localización un punto de análisis amplio, que permite abordar los dos principales aspectos o caras de lo que podemos llamar “la crisis general del Estado-nacion“: por un lado la crisis del Estado-nación como protagonista del sistema internacional, y por otro la crisis del Estado-nación como modelo de organización y cohesión social.


El Estado-nación es ante todo una construcción occidental que, como muestra Charles Tilly (1), toma forma en un periodo de unos mil años, tiempo en el cual, luego de consolidarse en Europa y extenderse por el mundo, se convierte en elemento fundamental del sistema internacional moderno (2), y junto al capitalismo compone el centro del modelo de modernidad occidental.

Hoy, sin embargo, en medio de lo que algunos han dado en llamar “quiebra de los modelos occidentales de modernidad” (3), los pilares del sistema internacional, que se remontan en su origen a la paz de Westfalia, se encuentran en crisis. Las ideas del Estado-nación, de la soberanía, de la no ingerencia, y de la autodeterminación territorial, se ponen en cuestión como principios del sistema internacional contemporáneo, al mismo tiempo que se torna cada vez más problemática la relación del Estado con su población y se evidencia la ineficacia del Estado-Nación, en tanto forma de organización social, para responder a las circunstancias mundiales de la posguerra fría.

La confluencia de la crisis del Estado-nación como elemento del sistema internacional y como forma de organización social es lo que, en general, se denomina: crisis del Estado-nación.

La caída de la Unión Soviética y la adopción, por parte de los países que pertenecían a su orbita, de sistemas económicos con pretensiones capitalistas parecía encaminar claramente al mundo en una misma dirección, donde los Estados nacionales y la democracia liberal serían los ejes de un naciente sistema internacional que, superados los obstáculos del bipolarismo de la guerra fría, encaminarían al mundo hacia la constitución de una economía, sociedad y cultura única de alcance mundial. Con el avance de la globalización el Estado-nación y sus instituciones se irían debilitando, pues ésta sería la culminación del proceso de mundialización capitalista y el resultado final y natural de la ilustrada modernidad occidental, en la cual el Estado-nación tradicional ya habría cumplido su ciclo de existencia.

Sin embargo, a diferencia de lo que los teóricos de la globalización y del fin de la historia pronosticaron, la culminación de la guerra fría
“que estuvo caracterizada por la pareja heterogeneidad y estabilidad, por mas imperfecta que esta fuera y que estuviera sustentada en la disuasión nuclear, ha dado paso a una época en que la homogeneidad sistémica viene de la mano de una inestabilidad internacional creciente” (4).
Hoy, aunque efectivamente se viene desarrollando un proceso de globalización, no se está dando como algo natural, único e incontestado, como aquello hacia lo que el mundo, cada vez más moderno, tendería inequívocamente, pues se ha hecho evidente el no cumplimiento de las previsiones económicas, sociales y políticas que tendrían necesariamente que darse con el devenir de la modernidad: el avance de la ciencia no ha producido un crecimiento económico indefinido; la racionalidad moderna no ha generado un mundo desacralizado y justo, y no se ha avanzado hacia la uniformación cultural.

Junto a la globalización se está desarrollando un proceso paralelo, la localización, que no solo se le contrapone a ella como tendencia sino que entra en contradicción con los principios mismos de la modernidad occidental; se trata del auge de fenómenos de tipo identitario como nuevos protagonistas de la política nacional e internacional.

La reaparición de políticas de la identidad como fuentes efectivas de poder local e internacional ha llevado al surgimiento de una inestabilidad casi absoluta en el sistema internacional. Los argumentos de tipo racional-legal cada vez tienen que ceder mas terreno a argumentos de tipo étnico, religioso o cultural, como fundamento de las relaciones internacionales, lo cual, unido a la aparición de fenómenos basados en políticas de la identidad de alcance trasnacional (el internacionalismo islámico por ejemplo) hace que el Estado moderno de tipo occidental o lo que es lo mismo, el Estado-nacion ya no pueda ser considerado el único y legítimo protagonista del sistema internacional.

Así mismo Estados históricamente considerados como modernos en sus, constituciones, practicas e instituciones, a la hora de hacer frente a los retos mas extremos de las políticas de la identidad (por ejemplo a los terrorismos fundamentalistas de cualquier tipo) tienen que recurrir cada vez con mayor frecuencia a procedimientos que violan claramente el garantismo constitucional de los derechos humanos propio del estado moderno de derecho, acudiendo a argumentos para justificar dichas acciones que nada tienen que envidiarle a los que exponen los propios terroristas.

Por otro lado, el Estado-nación como modelo de organización social hace crisis merced a la aplicación de políticas de identidad por parte de minorías internas, que, desde la búsqueda del reconocimiento como miembros valiosos y en pleno derecho de la sociedad, luchas secesionistas y la exigencia de derechos diferenciales que les permitan mantener su propia cultura sin necesidad de escindirse del Estado y la cultura mayoritaria, cuestionan seriamente el Estado-nación como modelo de organización social.

La influencia de factores identitarios como base para la diferenciación de un pueblo y fundamento de sus consiguientes pretensiones de reconocimiento, autonomía o independencia, no es un fenómeno exclusivo de los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, ya, por ejemplo a finales del siglo XIX y principios del XX el catolicismo ayudó a cimentar la comunidad étnica polaca al servir de factor diferenciador frente a los prusianos protestantes y los rusos ortodoxos. Similar función tuvo el Islam en Pakistán, el judaísmo en Israel y el catolicismo en Irlanda.
Las políticas de la identidad han ganado importancia en los últimos años en la medida en que los grupos que recurren a ellas han desbordado los espacios locales o intergrupales y le han dado a sus intereses un carácter político. Asuntos que antes solo eran del interés de cada comunidad específica pasan a ser temas que tocan a toda la sociedad, e incluso, llegan a ocupar sitios centrales en la agenda internacional.

Los Estados-nación, como modelos de organización social, en su origen pretendían consolidarse sobre la coincidencia del Estado y la Nacion en un territorio, ya fuera por la preexistencia de una nación que se hacía a un estado o por la acción de ciertas elites que, por medio del Estado, desarrollan la idea de Estado-nación como proyecto político en sus territorios (5).

En Estados de éste tipo, problemas y retos como los que plantean las políticas de la identidad simplemente no existirían en la medida en que el Estado, la Nación y la cultura no se yuxtapondrían ni entrarían en contradicción; sin embargo un estado de cosas semejante es hoy poco probable; Benjamín Akzin, por ejemplo, señala cuatro procesos por los cuales un estado hasta cierto momento monoétnico puede dejar de serlo: toma de prisioneros luego de un contacto guerrero; conquista de territorios con poblaciones étnica y culturalmente diferentes a la de los conquistadores; comercio internacional, con la consecuente movilidad de comerciantes lejos de sus lugares de origen; mutaciones de ciertos sectores de una población originalmente homogénea por cambios en el lenguaje o en la religión (6).

Hoy, el Estado puramente monoétnico y monocultural se ha convertido en un anacronismo, lo cual, unido al fortalecimiento de las políticas de la identidad, pone cada vez con mas fuerza, en cuestión, la idea del Estado-nación como modelo de organización social. La transposición de las fronteras de los Estados sobre naciones étnica y culturalmente diferentes y la gran movilidad humana, debida a la extensión del comercio y el avance de las comunicaciones, han convertido a la virtual totalidad de los Estados de la tierra, en Estados poliétnicos y multiculturales. Lo anterior ha hecho necesario, para las sociedades modernas, pensar formas de organización social que vayan más allá del Estado-nación y de sus instituciones clásicas y generar modelos de organización más amplios que el Estado-nación, en lo que respecta a la diversidad cultural, para hacer frente a lo que se ha dado a llamar “el reto del multiculturalismo”

Según como se hayan incorporado las minorías a la comunidad política, aparecen dos modelos generales de diversidad cultural:

El primer caso se da cuando las minorías nacionales, culturas que antes de la incorporación a una sociedad mayoritaria gozaban de autogobierno y poseían sus propias tierras, en la actualidad siguen deseando ser sociedades distintas a la cultura mayoritaria. Sus exigencias, en consecuencia, giran en torno a la autonomía y autogobierno como medios para garantizar su supervivencia cultural.

El segundo caso se da cuando los grupos étnicos que se han integrado a una sociedad mayoritaria por medio de la inmigración individual o familiar, buscan ante todo, ser reconocidos como miembros de pleno derecho de dicha sociedad, sin que esto entre en contradicción con el reconocimiento de sus particularidades culturales.

De estas dos formas de integración cultural surgen a su vez dos tipos de sociedad: el Estado multinacional y el Estado poliétnico (además de sus formas combinadas).

El Estado multinacional, en oposición al Estado-nación, es aquel en que coexiste más de una nación, entendiendo nación como una comunidad histórica, con sus propias instituciones culturales y posesión de territorio. A las culturas más pequeñas que hagan parte de un Estado multinacional se les llama “minorías nacionales”.

Su integración a un solo Estado puede darse involuntariamente, ya sea por medios como la conquista, la sesión de un territorio por parte de una potencia imperial a otra o una invasión con fines colonizadores; o voluntariamente, como en el caso de la federación por beneficio mutuo.

Por otro lado, se dice que un Estados es poliétnico cuando la fuente de su pluralismo cultural es la inmigración de un gran número de personas y familias de culturas diferentes a la del Estado receptor.

Anteriormente (antes de 1960), en países con una alta tasa de inmigración como Australia, Canadá y Estados Unidos, se buscaba una asimilación total de las culturas propias de los inmigrantes a favor de la cultura mayoritaria que los recibía y en detrimento de sus propias pautas culturales, que se esperaban fueran abandonadas (angloconformidad). Los grupos que se consideraban inasimilables, por sus características particulares, al ideal cultural mayoritario, eran víctimas de una sistemática discriminación que se hacia efectiva en políticas especiales de inmigración que les negaban la entrada a dichos países. Hoy, este modelo integracionista vía coptación cultural, tiende a hacerse impracticable pues, si bien la discriminación de las minorías, en especial de las más visibles, persiste, las políticas de la identidad apuntan, en muchas ocasiones, a la promoción de los aspectos que garantizan la diferenciación efectiva de la minoría con respecto a la mayoría y crean vínculos de identidad cultural al interior de la comunidad específica.

La diversidad cultural fruto de la inmigración, se distingue de las minorías nacionales, sobre todo, porque “los grupos inmigrantes, ni son naciones ni ocupan tierras natales; su especificidad se manifiesta fundamentalmente en su vida familiar y en las asociaciones voluntarias, algo que no resulta contradictorio con su integración institucional.”(7) Si bien, buscan el reconocimiento de sus particularidades étnicas y culturales, lo hacen desde el interior de la sociedad mayoritaria, integrándose a la vida económica, académica y política de esta.

Existe la posibilidad, al menos en teoría, de que un grupo inmigrante se convierta en una minoría nacional cuando, por medio de una inmigración masiva y una alta concentración en un solo territorio, se convierta en mayoría en él y busque reproducir su forma de vida, tal cual era en su nación original.

Para Kymlicka, el término multicultural, que muchas veces se utiliza para referirse a estas dos formas de Estado, puede resultar confuso y ambiguo. En el caso de Canadá, señala como ejemplo el autor:
“algunos canadienses francófonos se han opuesto a la política del multiculturalismo por considerar que reduce sus exigencias de nacionalidad al nivel de la etnicidad inmigrante. Por el contrario, otras personas consideran que el objetivo de dicha política es tratar a los grupos de inmigrantes como naciones, por lo que apoyan el desarrollo de culturas institucionalmente completas paralelas a la francesa y a la inglesa”(8).
Un uso un poco más amplio del término multicultural, permite que este cobije grupos no étnicos pero si históricamente marginados de la cultura mayoritaria como: los discapacitados, los gay, las mujeres, la clase obrera, los ateos, etc.

Además de la integración cultural por inmigración o por absorción de minorías nacionales, existen algunos casos especiales como el de los afroamericanos y el de los exiliados, que no se adaptan al modelo de integración voluntaria propio de la inmigración pues, o fueron traídos como esclavos, no permitiéndoles su integración a la cultura mayoritaria incluso después de abolida la esclavitud, o tuvieron que salir de su país original por presiones internas, ni corresponden al modelo de minoría nacional, pues no poseen una solo cultura, ni un idioma ni un territorio común.

El reto a que se enfrentan la gran mayoría de las democracias liberales, es encontrar alguna forma de acomodar las minorías nacionales y étnicas a su sociedad sin que se genere inestabilidad y que a la vez sea moralmente defendible.

Esta cuestión esta atravesada, en primer lugar, por la discusión entre liberales y comunitaristas en torno a la justicia; y en segundo lugar por la peligrosa posición “occidentalista” que asumen Estados Unidos y la potencias aliadas después del once de septiembre, posición que se caracteriza por una tendencia a satanizar lo no occidental incluida la sospecha que recae sobre todas las naciones que por su precario nivel de desarrollo económico no hacen parte del centro capitalista occidental.

Las respuestas que se proponen al reto del multiculturalismo, necesariamente producen formas de organización social diferentes al Estado-nación, exceptuando, claro está, el caso de las minorías nacionales que logran independizarse de la sociedad mayoritaria y construir su propio Estado-nacion. Kymlicka, por ejemplo, propone como respuesta al reto del multiculturalismo, además de la protección de los derechos civiles y políticos de los individuos como mecanismo para acomodar las diferencias culturales (9), tres tipos de derechos especiales en función de la pertenencia grupal, a saber: Derecho de autogobierno, derechos poliétnicos y derechos especiales de representación.

Los derechos de autogobierno surgen como repuesta a las reivindicaciones de las minorías nacionales que buscan algún tipo de autonomía política o jurisdicción territorial. El federalismo permite que el poder se reparta entre el gobierno central y las minorías nacionales, siempre y cuando estas puedan constituirse en mayoría al interior en una de las unidades federales.

Los derechos políticos responden, principalmente, a exigencias de grupos inmigrantes que buscan fomentar la integración en el conjunto de la sociedad por medio de: la erradicación de la discriminación y los prejuicios que recaen sobre las diferentes minorías étnicas, el cambio en los currículos escolares, extensión de ciertas leyes que choquen con las particularidades culturales de cada grupo y la participación activa del Estado en la preservación de su riqueza cultural.

Los derechos especiales de representación buscan que los procesos políticos sean mucho mas representativos al incluir a miembros de minorías étnicas y raciales, mujeres, gentes de escasos recursos económicos, discapacitados, etc., que, pese a tener un gran peso democrático no logran una representación suficiente en la vida política del Estado. Esto se puede lograr, por ejemplo, haciendo que los partidos políticos sean más inclusivos con respecto a las diferentes minorías o con la adopción de formas de representación más proporcionales (10).

Se puede observar entonces, que las políticas de la identidad que desarrollan diversos grupos, minoritarios o no, vienen generando nuevas dinámicas a nivel internacional y local que cuestionan la idea de Estado-nación como protagonista del sistema internacional y como modelo de organización social, que generan nuevas alternativas de organización social diferentes al Estado-nación, como lo son el Estado-poliétnico y el Estado-multicultural y que unidas al, aunque imperfecto y cuestionable, proceso de globalización, componen la crisis general del Estado-nación.

Notas________
(1) TILLY, Charles. Coerción, capital y los estados europeos 990-1990. Madrid: Alianza, 1992.
(2) PEÑAS ESTEBAN, Francisco Javier. Occidentalización, fin de la guerra fría y relaciones internacionales. Madrid: Alianza, 1997. p, 214 ss.
(3) Isidoro Moreno por ejemplo, utiliza esta expresión para explicar el principal resorte de la crisis civilizatoria, que encuentra, se está dando en los últimos tiempos. Vid. MORENO, Isidoro. Quiebra de los modelos de modernidad, globalización e identidades colectivas. Andalucía, 1997.
(4) PEÑAS ESTEBAN. Op, cit. p. 15.
(5) HOBSBAWM, Eric. La perspectiva gubernamental. En: Naciones y nacionalismos desde 1780. Barcelona: critica, 2000. p. 89 ss.
(6) AKZIN, Benjamín. Estado y nación. México: FCE, 1968. p. 47-48.
(7) Ibíd. P: 31.
(8) Ibíd. P: 34.
(9) “Estos derechos permiten a los individuos formar y mantener los diversos grupos y asociaciones que constituyen la sociedad civil, adaptar estos grupos a las circunstancias cambiantes y, por último, fomentar sus perspectivas e intereses en la totalidad de la población. La protección que proporciona estos derechos comunes de ciudadanía es suficiente para muchas de las formas legítimas de diversidad en la sociedad” Ibíd. Página 46
(10) Para Kymlicka, no deja de ser difícil la adopción práctica de la representación especial: “¿Cómo determinar, por ejemplo, el procedimiento para decidir cuales son los grupos que tienen derecho a la representación? O ¿Cómo asegurar que los representantes efectivamente rindan cuentas ante el grupo?”. Will Kymlicka. El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía. P 29 y 30.
Bibliografía
AKZIN, Benjamín. Estado y nación. México: FCE, 1968.
HOBSBAWM, Eric. Naciones y nacionalismos desde 1780. Barcelona: crítica, 2000.
KYMLICKA, Will. Ciudadanía multicultural. Barcelona: Paidós, 1996.
KYMLICKA, Will. NORMAN, Wayne. El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía. En: La política. Revista de estudios sobre el estado y la sociedad. Barcelona: Paidós, 1997
MORENO, Isidoro. Quiebra de los modelos de modernidad, globalización e identidades colectivas. Andalucía, 1997.
PEÑAS ESTEBAN, Francisco Javier. Occidentalización, fin de la guerra fría y relaciones internacionales. Madrid: Alianza, 1997.
TILLY, Charles. Coerción, capital y los estados europeos 990-1990. Madrid: Alianza, 1992.
Por: Jesus Alejandro Villa Giraldo
Medellin, octubre de 2005